9/06/2008

UN FELIZ VIAJE EN UNA RUTA URBANA.


UN FELIZ VIAJE EN UNA RUTA URBANA.

La 1:00 pm, estoy en la parada de la Villa “Miguel Gutiérrez”, lista para abordar la ruta 104 hacia mi destino: la Colonia “Máximo Jerez”.

Espero la unidad como unos 20 minutos, bajo el sol inclemente y el polvasal en su apogeo. A lo lejos, diviso el bus que viene con llantas firmes, velocidad moderada y un raro sonido que lo acompaña (sus hojas de lata que están a punto de soltarse).

Se estaciona frente a mí, con su corpulento porte amarillo canario, sus grandes franjas negras
en sus costados (como la mayoría de los de su especie), sus tapones de rines cromados y su peculiar encanto de bus usado por escuelas norteamericanas y decorado al mejor estilo nica.

Abordo el “canario” con el apoyo del ayudante del chofer. Colocando sus grasosas manos alrededor de mi cintura, me eleva cual cometa al viento, empujándome hacia adentro con una rapidez casi imperceptible. Casi en el aire le hago entrega de la tarifa por el servicio (3.00 córdobas) y en mi oído resuena su voz angelical: -¡Rupap, Upoli, Huembes, Altamira… súbale señora!
Ya arriba, busco desesperadamente --primero-- de dónde sujetarme, porque bien sabemos que la delicadeza con la que nuestros compañeros del volante conducen nos puede llevar a un majestuoso y doloroso viaje al piso de la unidad, y segundo, al estar bien adherida al pasamanos de una silla o al “tubito” de PVC en la parte del techo, busco un lugar vacío donde poder sentarme.

Logrado --en la mayoría de las veces-- lo segundo, me acomodo la camisa, que minutos antes muy amablemente el ayudante me arrugó y desacomodó para ayudarme a su
bir, y me dispongo a disfrutar de las maravillas de mi viaje en una ruta urbana.

Pasamos por la Upoli, ¡oh, gran vista!, recordando mis días de estudiante en ese templo de enseñanza, el gran “canario” frena porque un minúsculo taxi se le atravesó en el camino, y luego de recordarse a sus respectivas progenitoras, se apresta a subir como a cinco estudiantes, quienes comentan su provechoso día y sus planes para verse por la tarde y realizar algún trabajo o para irse de juerga y celebrar lo mal que salieron en los exámenes.

Rupap, donde la calle pareciera que se angosta, los carros parqueados sobre las aceras, muchos otros a ambos lados de la calle y una gran fila de unidades que muy cortésmente se dicen adiós cuando pasan una cerca de la otra y platican como si
tuviesen años sin verse. Por fin pasamos, llegamos a la parada y los cláxones de los vehículos junto a los de los buses hacen que parezca un verdadero mercado.

Arrancamos, disfrutamos y en pocos segundos llegamos a la intersección de Villa Progreso y Bello Horizonte, ¿y qué es lo que diviso? ¡Ah sí!, un semáforo. Acercándonos un poco más, se asoma muy fuerte y brillante la luz roja, pero a mi amigo conductor no le importa el color, él continúa su camino sin percatarse de la señal, tal vez porque no se sabe las leyes de tránsito o porque es daltónico. Se mete en la vía contraria adelantando así a los vehículos que esperan el paso, hala de la cadenita que tiene enfrente y resuena por toda la Colonia el pito imponente del “canario”, anunciando su paso por la zona.

Gira bruscamente buscando Rubenia, ¡qué lindo!, y nos pasamos la roja dejando a los otros a
trás… ja, ja, ja, me río por dentro y pienso: -¡Ah, qué bien!, llegaré temprano a mi trabajo hoy, hurra por Juan (llamaremos Juan a nuestro amigo del volante).

Poco a poco, llegamos a los semáforos de Rubenia, la calle está llena, mucho tráfico y los carros pasan lentamente. Nuestro amigo Juan usa sus dotes magistrales y gira hacia la derecha, como buscando Don Bosco, y se interna en segundos en el estacionamiento de la ESSO con una maniobrabilidad que hace rechinar las llantas, ¡bravo!, salimos airosos y victoriosos nuevamente, dejando atrás a los bobos que usan correctamente los semáforos.

Cuando por fin Juan se detiene en los semáforos de la Nicarao, el ayudante salta antes de que el bus haya parado su marcha, y cae con tal estruendo que pareciera que las suelas de sus zapatos estuviesen aplaudiendo “plac, plac, plac”. Corre velozmente, tratando de llegar al reloj antes que el bus, esquivando los carros que vienen en todas las direcciones y aventando gente a su paso. Bien por el ayu
dante que batió su propio récord al correr 100 Mts no tan planos.

Avanza el bus con una parsimonia casi fúnebre por una o dos paradas hasta llegar a un punto en que o se da cuenta que se le pasaron los minutos, o vio venir otra unidad que le quitará pasaje y pisa el acelerador tal como si tuviese detrás al mismo demonio.

-¡Viva! --grito en mis adentros-- ¡Por fin acción de la buena!.
Llegamos al Huembes, con calma relativa y con el sol encima, son la 1:50 pm.

Los felices choferes --incluyendo a Juan-- con sus ayudantes marcan tarjeta y comienzan una tertulia de cinco a 10 minutos con el marcador (joven que se encarga de los horarios). La charla tan amena me hace sentir orgullosa de ser nicaragüen
se:
-¿Qué pasó hijue… cuánto tengo?
-Dó minuto, mae. Podés quedarte un rato.
-No jodá, ¡qué calor!, ¿y qué onda con el mae del “Chocoyo”, a cuánto va?.
-Calmate mae, vas bien, él lleva dié minuto.
De repente, pierdo un poco el hilo de la plática, ya que veo a través de mi ventana que una señora lucha por cruzarse la calle y un carro por poco la atropella. Respiro profundo cuando la pobre viejecita logra llegar al otro lado. Pasados y
a unos tres minutos --que se sienten como 10-- retomo la plática de nuestros amigos y noto agobiado al pobre de Juan, ya que de nada le ha servido estar tanto tiempo detenido, porque sólo se subieron tres pasajeros y cuatro vende agua helada.
-No jodá mae, no he hecho nada, sólo me he ganado como 600 pesos.

-Es que la cosa está dura, mae.

-Sí hombre mae, pero hoy me bebo mis “bichas” con este hijüep… (señalando al ayudante).

-Invitame de a verg… sólo ustedes.

-No jodá mae, no hay riales
-Je, je, je, je, sólo verg… sos.

-Dale pues, loco… nos vemos
-Sale vale.

Al cabo de cinco minutos, Juan decide que sigamos nuestro viaje, pero esta vez, al parecer, se acordó que su mujer lo esperaba o le urge ir al baño, porque acelera a fondo, forzando al pobre motor, haciéndonos salir como bala de cañón hacia el sur.

Miro mi reloj, el tiempo ha pasado, me preocupo porque llegaré tarde a mi trabajo, pero a la vez no me aflijo, ya que sé que mi amigo Juan sabe hacer las cosas y que en cinco minutos llegaré a la “Máximo Jerez”.

Pasa mos por el Hospital “Roberto Calderón”, no es muy rentable para nuestros amigos conductores, seguimos al Centro Comercial y se arma la de “San Quintín” porque la competencia ya no es sólo con las unidades urbanas, sino también con las departamentales y Juan lo sabe, por eso hunde el pie hasta sentir que se le entume y hala la cadenita del claxon como si fuera la palanca del inodoro.

- Volamos… ¡qué rico!, ya voy a llegar.

Entra con ímpetu y fortaleza en la bahía del Centro Comercial, Juan ya va molesto porque delante de él están tres buses más y nuevamente usa la cadenita para apresurar a sus antecesores… El ayudante grita con todas sus fuerzas: LA MÁXIMO, CRISTO REY, GANCHOECAMINO, PLAZA ESPAÑA, subiendo a la vez a los usuarios con su peculiar encanto: SÚBALE, SÚBALE… ¡SAQUELOOOÓ!, y golpea con sus grasosas manos el costado del “canario” avisándole así a Juan que es hora de partir.

Damos la vuelta en la rotonda del Centro Comercial y siento que el hemisferio derecho de mi cerebro presiona al izquierdo por la intensidad del giro, pero luego de segundos, vuelvo a la normalidad y ya me encuentro camino a mi destino, recorriendo la pista principal de Altamira.

¡Qué bien!, estoy a sólo tres paradas de lograr mi cometido. Juan ve mi angustia por el retrovisor y me ayuda a no llegar tarde a mi trabajo zigzagueando entre los vehículos. Batiendo los obstáculos llegamos como flechas a la parada de la “Máximo Jerez”. Antes de bajarme de la unidad, vuelvo a oír el fuerte aplauso de las suelas de los zapatos del ayudante, lo cual me indica que irá a marcar la tarjeta.

Bajo con el cabello todo desarreglado gracias al glorioso viento y con mis manos marcadas por la presión de sostener el tubo, ya que por miedo a rodar por los escalones del “canario” y caer de bruces en la cuneta, aprieto con todas mis fuerzas. Pero bajo feliz porque un día más mi amigo Juan me llevó con suma “gentileza y seguridad” a mi destino.

- Adiós Juan, adiós mi amigo ayudante, que tengan un lindo viaje.

Y así me dirijo a mi trabajo, deseándoles lo mejor y esperando con ansias el regreso a mi casa en el “canario” y repetir mi feliz viaje en una ruta urbana.

Escrito por Waleska Rocha Cisne.
Noviembre 2006.

1 comentario:

Anónimo dijo...

ja,ja,ja,ja... tá bueno este viajecito!... estos choferes casi lo matan a uno, verdad?.