8/05/2008

El Cruce… Teatro para reflexionar.

Hace ya tanto tiempo - casi ocho años - que no iba a disfrutar de una de mis grandes pasiones: El Teatro.

Una noche de viernes fue - para mí - un reencuentro, una necesaria retroalimentación personal de ese mundo mágico, de ese mundo de sentimientos vivos y palpables, sentimientos con olor, sabor y color... Telones, escenografías y música que te hacen vibrar y ser parte de ello.

Una perspectiva mirada de la barrera metálica que separa la tierra, una barrera que separa los sueños y las metas de los seres que – con sudor y lágrimas – desean cruzar para lograr el “sueño americano”.

Silencio en la sala… un público expectante, de repente una luz tenue se asoma y poco a poco ilumina al campesino (Bayardo Hernández), sentado por encima de la barda con la mirada hacia el horizonte, como buscando su natal Nicaragua.

Nos visualiza y nos platica tristemente las historias de cómo es la horrorosa experiencia de cruzar al otro lado buscando una mejor vida. Llora, ríe, recuerda…

Una sencilla mesa de madera, platos, una vela encendida para alumbrar las desgracias, las desilusiones y los anhelos de la familia. Una joven (Amanda Polo), doblando ropa y haciendo “pelotas” los calcetines, con un rostro apagado, duro y desgarrado por su situación, por su vida. Harta del mal vivir, harta de no darle a sus hijos y a su madre (Alicia Pilarte), lo que necesitan, decide aventurarse en esa experiencia que según ella, la llevará a cumplir sus metas.

Discuten. Su madre, con el corazón en la boca, le pide no marcharse pero ella en su afán por mejorar, hace caso omiso a las súplicas de su progenitora y le pide que cuide de sus hijos en su ausencia.“Huye”, con miedo, dolor y angustia, pero decidida a llegar y triunfar en mundo totalmente desconocido.

Esperan el bus que los llevará a la frontera, se identifican con rapidez y cada uno se cuentan sus desdichas, sus temores y los objetivos de su viaje… dos jóvenes simpáticos (Bayardo Hernández y Silvio Pérez), ansiosos por el rumbo emprendido y el que emprenderán, se encuentran con esta joven mujer decidida que viene de la capital con un pañuelo en la cabeza, una mochila raída por el tiempo y unos cuantos dólares en su billetera.

En el público crece la ansiedad y la angustia – en mi caso - por ver el destino de estos muchachos y seguimos paso a paso cada expresión, cada gesto, cada palabra de estos tres aventureros.

Contra el viento viene la pobre madre con sus maletas y con la esperanza de poder llegar hasta su hija y protegerla como lo hizo de niña – y sus nietos?, me pregunto – se los había dejado a su compadre mientras ella regresara a salvo con su Claudia.

Preocupada, cansada, desgarrada, camina sin rumbo fijo pero con la certeza de que su instinto materno la ayudará a encontrar a su retoño.

Los meten en la cajuela de un vehículo - que por el contexto en escena deduzco una chatarra – como animales de granja sin espacio suficiente ni para respirar. Se oyen quejidos, gritos, sangre circular, latidos de corazones rotos por la incomodidad, por la presión social y por la presión de sus cuerpos “enlatados” como sardinas en el transporte que los llevará hacia la frontera.

Estridente sonido – salto de la silla - un choque fatal, un vuelco del destino y de la chatarra que provoca la muerte de los dos jóvenes apuestos que se enrumbaban hacia la “libertad”. Y en el suelo, herida y sangrando, Claudia lucha por su vida.

Sentimientos encontrados vienen a mí, tristeza, dolor, ansiedad, enojo… brotan de mis ojos lágrimas de sólo imaginarme estar en esa situación. Sigo atenta, con la mirada fija en el escenario, devorando cada detalle de la puesta.

La agarraron! – grito para mí – un gringo (Silvio Pérez), con aires de grandeza, toma por los brazos a esta joven frágil y herida, lanzándola con fuerza contra la barda – vuelven a salirme lágrimas -, gritándole y humillándola en inglés, apuntándole a la cabeza con un arma; Claudia hace lo que puede para comunicarse pero no la entiende.

Se congela la escena, se oscurece el escenario… aparece tenue la madre, con su maleta rogando encontrar a su hija. Pidiéndole señales e indicaciones de cómo llegar a ella… ruega, llora, ruega, llora…
Madre e hija conectándose a través del pensamiento, a través de la distancia, a través del amor. Y se hablan, se sienten, se oyen, se aman. Se aman profundamente y como en una especie de encuentro en un mundo paralelo, se juntan. Claudia le pide que deje de “clamarla” (llamarla), que ella está bien, que no se preocupe. Y la madre, accediendo a la petición de su hija, como para darle tranquilidad, deja de “clamarla” con un desgarrador llanto al final de la escena. Vuelvo a llorar.

De nuevo, el gringo, armado, humillando y presionando a la joven que hable, que le diga quién es, exigiéndole documentos y explicaciones. Aterrada, y rogando por un poco de piedad, Claudia comienza a sentir que el viaje ha llegado a su final, que su suerte está echada y que no hay vuelta atrás.

Comienza a reflexionar, a gritar el porqué decidió irse de su tan amada tierra y dejar a sus hijos y a su madre… se levanta firme y orgullosa – a pesar de las heridas físicas y espirituales – y al mostrar su fuerza y tesón, queda a oscuras el escenario y se oyen disparos – vuelvo a saltar de la silla – y se oye caer el cuerpo sin vida de la joven soñadora que lo único que quería era una vida mejor.

Solloza, inquieta, aparece la madre a través de la maya fronteriza, rogándole al “coyote” que la cruce porque siente y sabe que su hija está del otro lado. Al no lograr su cometido, se va contrayendo del dolor, de impotencia, de desesperación porque sabe que su hija muerta está y que no puede estar a su lado.

Los aplausos no se hicieron esperar, un caluroso público les acogió y les ovacionó la excelente interpretación de una situación real que vivimos. Cuatro actores cansados pero felices y satisfechos salen a dar las gracias y saludar a su público. Cuatro actores que han pasado más de seis meses preparándose y puliendo cada detalle de la obra para brindarnos, e informarnos de manera creativa, sobre los factores que inciden en el alto porcentaje de migración en nuestro país… una obra para reflexionar.

Al Teatro Justo Rufino Garay y a su elenco de actores, gracias por su iniciativa, gracias por ser comunicadores de una verdad que necesita ser solucionada… gracias por su arte.


Pintura: Irving Ríos



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